martes, 2 de julio de 2013

Concierto de Intercambio “Móstoles en Alcañiz”


En casi todos los Conservatorios hay una Orquesta Sinfónica, agrupaciones de viento, grupos de cámara… Lo que es difícil de encontrar es una buena Orquesta de Enseñanzas Elementales como la Orquesta de Cuerda del Rodolfo Halffter, una de las más antiguas de España y una de las pocas (si no es la única) que se ha mantenido viva desde el principio, sin dejar de sonar ni un solo curso.


El mérito es de Lola (María Dolores Encina Guzmán), que está a cargo de esta Orquesta de Grado Elemental desde que ella misma propuso su fundación en 1989. Cada año, Lola se despide de unos cuantos niños que cambian de orquesta tras pasar de grado y, cada año, recibe a otros recién llegados, tan entusiastas como inexpertos. Entrar en su agrupación es un caramelo para los estudiantes; una vez en ella, hay que conseguir que la orquesta se aclare la garganta y cante con una bonita y afinada voz. Así pues, vuelta a empezar. Cada curso, de nuevo, Lola lo orquesta todo para que los que saben cómo son las cosas “apadrinen” al nuevo compañero de atril y, todos juntos, hagan buena música en el próximo concierto.

Supongo que son esos lazos de atril –bien atados por Lola– los que logran que esta orquesta tenga… personalidad. Hay un alma bajo cuerda. Cuando sus músicos tocan, no sólo nos muestran su música, muestran su buena actitud, su disciplina, su compañerismo, su alegría de alegrar al auditorio, su satisfacción del trabajo bien hecho… ¿No es sorprendente que un grupo tan vivo, tan múltiple, tan cambiante, tenga identidad?  La identidad no nos extraña en las personas. El otro día encontré una foto de cuando era niña. Las manos de un adulto que había fuera del plano (supongo que mi padre) me aguantaban por las axilas, porque yo aún no me mantenía de pie. Ya he cumplido cincuenta años; sin embargo, no dudé en ningún momento de que la vieja del espejo y la criatura con chupete del retrato fueran idénticas, porque exclamé enseguida, muy contenta: “¡Soy yo!”. Pues bien, creo que a la orquesta de Lola le pasa algo parecido: puede reconocerse a sí misma más allá de los cambios. Cada cuatro años, salvo Lola, algún pianista y algún violín añorante, las caras de la foto son distintas; sin embargo, cualquier alumno que haya tocado en esa orquesta verá las imágenes del concierto de intercambio en Alcañiz y, aunque hayan pasado más de veinte años, gritará, muy feliz: “¡Somos nosotros!”

“Somos nosotros”. Foto: Carmen Montalbán.
Ahora que lo pienso, puede que esa identidad también se deba, en parte, al viaje anual que realiza la orquesta, que ya ha intercambiado conciertos (en casa y fuera) con los conservatorios de Getxto, Ponteareas, Majadahonda, Mérida, Lliria, Jaén, Puertollano… Este año, los niños, han viajado a Alcañiz… Y los padres, tras ellos, un poco aparte, siempre a otro hotel, para hacer que se sientan profesionales, pero saliendo del escondite para disfrutar y aplaudir su concierto.  

El reto siempre es grande, porque Lola no suele conformarse con repetir el programa de Navidad, sino que reserva para la ocasión alguna “obra estrella”; casi siempre, un estreno mundial. Interpretar una pieza que no ha sido oída por nadie más que por sus autores o (en caso de haber habido preestreno) por unos cuantos invitados “en casa” es otro de esos lazos de identidad que dije: un reto para Lola y un aliciente para los niños durante todo el año. Saben que esa partitura que el compositor les ha regalado esconde mucha belleza y que ellos son los primeros que la van a sacar del papel, para que la música vuele libremente a los oídos del mundo.


Este año, en Alcañiz, han vuelto lograr el éxito. Han estrenado dos piezas por falta de una, y han sonado de maravilla. La primera, Caramelo vals, de Álvaro Alvarado (antiguo violín de la orquesta), es muy breve, dulce y exquisita como un caramelo de miel. No es sencilla, al revés: la delicadeza con que ha sido compuesta exige ser interpretada tras muchos y muy concienzudos ensayos y bajo una dirección tan experta como la de María Dolores Encina.

El otro estreno, Tres maneras distintas de caminar, de Pablo J. Berlanga, es una obra en tres movimientos (con piano a cuatro manos) que ha obligado a esta joven orquesta de cuerda a ampliarse con flautas y clarinetes. El resultado es precioso. La obra es tan alegre como evocadora: una de las más hermosas de Berlanga que he oído. Dulce en algunos momentos; animada y bailable en otros; elegante siempre… Una belleza.

En fin, que ambos estrenos (y el concierto en general) obtuvieron un éxito aún mayor que en el preestreno, en Móstoles (en el Concierto Intercambio con el Conservatorio de Jaén del que ya hablé). El público de Alcañiz se mostró extrañado de oír un programa tan bonito y bien interpretado en una orquesta de Grado Elemental, pero ellos triunfaron también, ¡por supuesto! 
Nuria Gañet, Jorge Ariza, Mateo Lorente, Mar Albalat y María Dolores Encina

La agrupación que acogió al Conservatorio de Móstoles fue la Banda Sinfónica de Enseñanzas Profesionales del CPM “José Peris Lacasa”. Nos abrieron las puertas de su Teatro Municipal (un teatro precioso y recogido, como de chocolate en un cuento de hadas), y se pusieron al frente del programa en la segunda parte del concierto. Bajo la dirección de Jorge Ariza Moreno, su viento me pareció poderoso, espléndido. ¡Qué hermoso y rotundo sonido!

Recuerdo las palabras de Mateo Lorente, el director del Rodolfo Halffter, aplaudiendo el esfuerzo de las Instituciones por mantener, en los tiempos que corren, las enseñanzas públicas no obligatorias, como la música. Tras invitar a la banda del José Peris Lacasa a tocar en Móstoles el curso próximo, valoró el hecho de que el Conservatorio de Alcañiz sirve a una población comarcal de unas 30 mil personas (muchas menos que el de Móstoles). Yo puntualizo: las enseñanzas públicas de Música no son obligatorias, vale, pero no son obligatorias para quien no vaya a realizar Estudios Superiores de Música; en caso de que sí quiera uno ser músico, los conservatorios Profesionales se convierten en obligatorios y necesarios… Para ser sincera, creo que lo son de todas formas; incluso aunque decidas hacerte fontanero.

En fin, que viajar con una orquesta es una bonita manera de ver y escuchar el mundo; y más bonita aún si el pueblo es tan histórico y acogedor como Alcañiz.

…Ya sólo falta –perdónenme la fantasía–, que una institución del estilo del Instituto Cervantes, que tanto ha hecho por extender el español en el extranjero, la invite a tocar en su sede de Nueva York, Alejandría, Brasilia o El Cairo, para extender, también, de paso, el lenguaje universal de su música y de su entusiasmo…
“Móstoles en Alcañiz”. Foto: Carmen Montalbán

Un sueño muy bonito para esos jóvenes músicos, sí… y, si siguen trabajando así, no tan descabellado.
Ver más: Los conciertos del curso 2012 / 2013

2 comentarios:

Cristina Martínez dijo...

Sin duda, el mérito es de Lola, que a través de su excelente dedicación, elabora con estos niños la mejor fábrica de caramelos musicales.
Su delicioso sabor aumenta al cerrar los ojos para tan sólo escuchar...y comprobar que suenan muy por encima de una orquesta de niños.
Carmen, tus palabras son el mejor guión que envuelve estos dulces musicales. Gracias por dejarnos constancia de momentos muy especiales, y con tan buen sabor de boca a través del gusto en la escritura.

Carmen Montalbán dijo...

Muchas gracias, Cristina.
Me ha alegrado el día leer tus palabras.