viernes, 1 de abril de 2011

La paz y la palabra: la guerra, no

Sí, ya sé  que tenemos que hablar de muchas cosas y que yo había pensado charlar con el poeta del amor, ahora que es primavera. El gran problema es que, después de muchos días pidiendo en todas partes que ayudasen a la población libia y que la protegieran de Gadafi (uno de aquellos reyes malos a quienes escribí mi carta en Reyes), ha empezado una guerra. Perdonen, no entendieron: GUERRA, NO. Yo quería evitar bombardeos sobre aquellas personas; no que las bombas, ahora, fueran nuestras. ¿Es que no había manera de echar al dictador, ir contra el asesino, y devolver a los demás su libertad sin convertirlos en hombres libres muertos?

“La guerra”, Carmen Montalbán

Llámenme simple sí, prefiero serlo, pero este sinsentido casi ni con poesía conseguiré entenderlo.

¿Quieren imágenes de muerte y destrucción?: pues no vean la tele ni lancen misiles, lean unos cuantos versos y húndanse en las imágenes poéticas. “Los cuatro sonetos del Apocalipsis” y otras muchas más poesías de guerra han hecho retratos de bestias feroces; de querellas que surgen como toros; de un invisible avión que moscardonea; de interminable sangre por el campo; del rugir de cañones; de ballestas; de esas otras armas actuales que transforman las venas en mariposas negras y moradas; del ciego sol, la sed y la fatiga; de amaneceres ardientes; de un aire que se convierte en humo; de cuerpos desgarrados ─leña para quemar─; de cocodrilos que nunca más cocodrilearán; de niños muertos…

Ya sé que, esta vez, la guerra no es cosa de uno ni de tres, sino de toda la Comunidad Europea; aún así vayan acabando ¡ojo con ella! Gane quien gane, para muchos libios, después de tanto horror a manos llenas, ya no podrán venir años triunfales… ¿O acaso no son ellos los que importan?


“Los que importan”, Carmen Montalbán

Algún que otro poeta, entre clavel y espada, nos advierte en alguna obra incompleta (interrumpida, acaso, por la guerra) que, aquí y ahora, mientras traza su curva el pez de fuego en Libia, no habrá nadie, absolutamente nadie, que gane nada (salvo petróleo, unas cuántas empresas que nos lo venden cada vez más caro y que ya no lo rebajarán cuando cambien las cosas, como si, para ellas, el precio sea un terreno conquistado).

Algún que otro poeta ─que llegó con un nudo en la garganta y una mirada cosmopoética─ dice que la poesía, gozosamente incrédula, se arma únicamente con palabras y con voces hermosas e inflexibles; dice que sólo ella ─la poesía─ vence lo que parece un imposible. El poeta del que hablo pide, como yo pido, la paz y la palabra y un lápiz y un papel, para acabar la carta del soldado. Porque esa carta, ¿saben?, que empezó perdiendo al remitente, habría hablado de los hombres, pero no de todos. De todos, no, nunca. Eran tres. Eran dos. Era uno… ¿Recuerdan a Lorca haciendo la resta de árboles cortados?

“Era un árbol”, Carmen Montalbán

Sólo tengo un consuelo: sé que esos tres ningunos ya no podrán matar ningunos pájaros.

Por tuyo se da el castillo, poeta, para que eches tu carta; eso sí, es un castillo vacío, materia de testamento: aquí no quedará tampoco destinatario que valga. Cero: así es como termina toda guerra.

*Recorte elaborado con citas de algunos de los poetas enumerados al final de mi entradaQue tenemos que hablar de muchas cosas”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Vaya, ¡coherencia!
Galápago.