Ahora, leeré poesía. ¿O no recuerdan ya que tenemos que hablar de muchas cosas; de todas esas cosas de las que habla el poeta? Hoy, como ayer (aunque ayer hablé en prosa y hoy emplearé la voz al poeta debida), me toca cantarle a la SOLIDARIDAD. Porque, sí, la poesía es también un canto general de vida y esperanza para la oscura gente y una herramienta para los alfareros que se van derramando, poquito a poco, en su propia greda.
Los versos son los dedos machacados de no sé qué joyero que cincela canicas como perlas para niños de voz endurecida; son las manos de todos los poetas, abiertas como escudos frente a quienes tocan fondo (para los que la vida es incluso peor que una ciudad en guerra).
Los versos son los dedos machacados de no sé qué joyero que cincela canicas como perlas para niños de voz endurecida; son las manos de todos los poetas, abiertas como escudos frente a quienes tocan fondo (para los que la vida es incluso peor que una ciudad en guerra).
La poesía es la única arma cargada de futuro, porque fluye y se pierde al tiempo que da el “no” a todos los “nos” y lo condena todo… todo lo que condena la verdad sincera y todo lo que ayer condené yo. La poesía no sólo es un grito en el mar; un grito de imposible traducción. La poesía es, a la vez, un gemido de viejos dolores y una copa de vida nueva. Es un amigo si te falta un amigo. Y una estrella.
El poeta responde con fábulas morales, sin dudar. Porque él, que nunca tuvo miedo, baja a la calle siempre, aunque esté bloqueada. Sus poemas son moralidades para los que disponen y gobiernan; tratados de urbanismo que actúan contra los puentes levadizos; leyes de hospitalidad; palacios para el pobre; puertas abiertas de par en par para los que no se pelean ni matan; murallas que se cierran solamente ante el veneno y el puñal de la crueldad.
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