miércoles, 23 de septiembre de 2009

“Cometas en el cielo”, Khaled Hosseini

Cometas en el cielo” es el primer libro de Khaled Hosseini, un médico musulmán que se refugió en Estados Unidos tras la entrada de los talibanes en Afganistán. La novela narra la vida de dos niños afganos -Amir y Hassan-, amigos inseparables hasta que Amir traiciona la fidelidad incondicional de Hassan con dos actos de cobardía de los que tendrá que redimirse un cuarto de siglo más tarde.

Aparte de la historia vital de los protagonistas, “Cometas en el cielo” cuenta los cambios que ha sufrido Afganistán durante dos largas décadas de guerra continuada (miseria económica, aparición del fanatismo religioso, desgracias personales, limpieza étnica…).


Simplificando, el contexto histórico podría resumirse así:

  • El 17 de Julio de 1973 el príncipe Daoud Khan acabó con la monarquía de su primo Zahir Shah mediante un golpe de estado y se convirtió en el primer presidente de la república.
  • En 1978 se instaló un gobierno comunista, pero la guerrilla de los muyahidines, provocó la intervención del ejército soviético. Los fundamentalistas, por su parte, fueron apoyados por Estados Unidos (en el contexto de la Guerra Fría), Arabia Saudita, Pakistán y otras naciones musulmanas.
  • En 1981 miles de afganos (incluido el protagonista de la novela) huyeron de Kabul, ocupado por los comunistas, y de la guerra afgano-soviética que asolará su país hasta 1989.
  • Tras la retirada de las tropas soviéticas, se reanudó la guerra civil.
  • La Alianza del Norte asumió el mando de Kabul en 1992, hasta que, en 1996, los talibanes expulsaron a la Alianza e impusieron su régimen. Los afganos pensaron que, al fin, se restablecería la paz, pero el racismo, el extremismo religioso y la versión de la ley islámica de los talibanes (imposiciones, prohibiciones, ejecuciones, lapidaciones… “justicia pública”) acarrearon más terror.
  • En 2001, tras los atentados del 11-S, Estados Unidos bombardeó Afganistán, derribó el régimen talibán, e hizo que la Alianza del Norte subiera de nuevo al poder de un país ya totalmente sumido en la miseria y que aún no ha conseguido estabilizarse.
Khaled Hosseini ha escrito, además, “Mil soles espléndidos”.
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AL HILO DE LAS COMETAS


La otra noche vi en televisión una exhibición de cometas. “Cometas contra los talibanes”, según el texto al pie de la imagen. Antes de dormirme busqué la novela “Cometas en el cielo” y la dejé abierta junto a la ventana. Aún creí que soñaba cuando, horas después, el libro de Khaled Hosseini me despertó batiendo las alas al viento, como una cometa a la que llevan los demonios.

Acepté la invitación a la lectura, que también comienza con un despertar. Tras 26 años intentando olvidar y ser olvidado, una cometa en el cielo de San Francisco, su hogar actual, trae a la memoria de Amir ─el protagonista─ aquella ocasión, en Afganistán, en que rompió la cuerda de la cometa de la infancia y se convirtió en el hombre que ahora es. Ahí está el primer giro de estas páginas: Amir planea en el cielo del presente hasta que el pasado se abre paso a zarpazos, se sustenta en el aire, y cae sobre él, en picado.

El hilo conductor de la historia es el hilo de vidrio cortante de aquella primera cometa que Amir y su amigo Hassan volaban a los doce años, sobre el cielo de Kabul. El día en que la cuerda se lió fue el día en que las largas colas azules de la cometa de la infancia cayeron sobre la nieve y la llenaron de oscuras manchas de sangre, de cobardía, de pasos en falso, de remordimientos…

Seducida por las palabras del autor y arrastrada por la memoria del protagonista, vuelo en mi pájaro de papel desde Estados Unidos hasta los precipicios de tierra de Afganistán. El país que bulle bajo mis pies es otra galaxia. El miedo está en todas partes, dispuesto a zarandearme por maltrechas carreteras, entre escombros, mendigos y tanques quemados.

Pese a todo, los flashback bien traídos de Khaled Hosseini (idas y venidas de aquella cometa) hacen que el terreno, al principio, no parezca tan abrupto. No entro en Kabul la tarde invernal de la caída en picado, sino un largo e indolente día de verano. Me siento casi como una turista en el paraíso recobrado de la infancia. Porque el Kabul al que llego tiene los pies desnudos colgando de una rama y hace que la luz del sol entre en las casas con la ayuda de trozos de espejo. El Kabul al que llego, sabe a kabob, a garbanzos con salta picante, a moras, a granadas… El Kabul al que llego huele a higuera, a piel de naranja, a jardín de caléndulas.

Es un mundo tan evocador, que siento que el autor lanza guijarros en el fondo de un pozo y me detengo a escuchar el plinc. Los dos amigos de los que me habla, Amir y Hassan, aún se sienten sultanes de Kabul. Se quieren como nadie se ha querido o se querrá jamás; aunque uno sea un pastún y otro un hazara; uno sunita y otro chiíta; uno siervo y otro amo…. Puede que Amir no esté a la altura de luchar cuerpo a cuerpo contra un oso (como luchó Baba, su padre), pero Hassan da la cara por él y disparará nueces con tirachinas para ocultar su cobardía cuando haga falta… y mil veces más.

Una felicidad así me asusta. No me libro de la sensación de estar deslizándome hacia una caída segura (Despreocupado estaba el amor y llegaron los problemas). Presiento que iré a parar a una callejuela ruidosa ─en medio de un laberinto de ellas─ en la que va a pasar algo muy malo. Y, claro, voy. Ahí quería llegar el autor, al momento en que nacen las púas de la culpabilidad que, 26 años después, pincharán a Amir para que regrese, le plante cara al oso (el miedo, la mentira, la traición) y se redima.

Es el segundo giro importante: el regreso verdadero. Khaled Hosseini me hará volar desde el Afganistán paradisíaco de los años 70 hasta el Afganistán contemporáneo. Sin el dulzor de los recuerdos, el mundo no me parecerá un contorno borroso de caras alegres. Que Dios me asista. El trayecto es capaz de romperme los huesos. Kabul se ha convertido en indigente. Ya no hay luces de neón ni restaurantes. En lugar de eso, sobrevolaré montañas acribilladas por las bombas, nubes de polvo, tejados rotos, excrementos, cadáveres y paredes de adobe llenas de metralla…

Tengo miedo de cambiar de idea y decirme a mí misma que no voy, que no sigo, que no leo. Me arriesgo a que me golpeen la cabeza con la culata de un kaláshnikov o a tropezar con una mina antipersonal. La masacre está a la orden del día. No sé si tendré fuerzas para familiarizarme con la visión de hombres que desentierran cuerpos entre los escombros y de niños famélicos que pronuncian “cordero” y solamente saborean eso, la palabra.

Pero Amir, que rompió su niñez por cobardía, ha de hacer algo heroico para que otro niño no se rompa. La infancia ha de ser dulce como el azúcar, aunque haya que volver a volar cometas prohibidas. Así pues, me disfrazo de hombre; me pego a la cara una barba negra, y me interno con Amir en la calle de los invitados. ¿Qué otra alternativa tenemos?

Assef, su enemigo desde la infancia, ha dejado de ser niño pero no de ser enemigo. Su manopla de acero ha crecido. Él siempre fue un perro rabioso cuando se enzarzaba en peleas callejeras; pero, desde que es talibán, su pandilla ha crecido. Se ha hecho de la patrulla de los barbudos, capaces de convertir seres humanos en amasijos de sangre y tela. Y él, como siempre, líder. Es el primero en apedrear adúlteros, violar a niños, apalear a mujeres por llevar tacones y masacrar hazaras en el nombre del Islam. Su fe ha crecido. Sólo para de matar para comer y rezar.

No quisiera estar en la piel de Amir. Yo, al menos, cuento con el visado del autor para moverse de una página a otra. Sus palabras son puertas secretas, y tengo las llaves de todas ellas. Según las voy abriendo, Hosseini me va haciendo revelaciones que son como martillazos entre los ojos o nueces disparadas con tirachinas.

Cuando el silencio aprieta el botón de off con la palabra “fin” y se cierra la última puerta, miro a mi alrededor, desorientada, como si todo hubiese cambiado de lugar. ¿Si acaba bien?... No es por no estropear el final, pero creo que eso no lo sabe nadie. Yo me quedo con una sonrisa, aunque sea minúscula. He vivido una experiencia bella y aterradora. Me pregunto cómo seré capaz de leer el próximo libro. El Ministerio del Vicio y la Virtud no permite que la mujer diga en voz alta ni una maldita palabra, pero yo me mearé en las barbas de quien pretenda prohibirme gritar que “Cometas en el cielo” es una buena novela.

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